Con la dirección de Daniel Godoy , este clásico contemporáneo vuelve a la calle Corrientes.
¿Qué es lo que hace clásico a un clásico? Algunas notas se esbozaron en el reciente informe de Mónica Berman, así que acá nos vamos a limitar a unas líneas. Y como a mí no se me ocurre ninguna, voy a recurrir a un maestro: Ítalo Calvino, quien dice que una obra es un clásico por dos razones, que pueden ir juntas o separadas. Por un lado, puede ser que la obra conforme el panteón que determinada tradición social usa para fundarse, porque es un referente y permite resolver problemas identitarios. Un ejemplo nacional sería Juvenilia, de Miguel Cané, texto que los de mi generación hemos tenido que sufrir en la escuela primaria. Por otro lado, están aquellas obras que son clásicos, porque siguen dando respuestas a preguntas que la sociedad se hace en el presente. A mí me gusta hablar de obras clásicas y no de autores clásicos. Paso a explicar: Hamlet sigue dándonos una mano ante la duda de si ser o no ser, pero La fierecilla domada es una pieza misógina y El mercader de Venecia es decididamente antisemita. William Shakespeare fue un hombre de su época, por lo que algunas de sus obras hablan de las necesidades específicas del siglo XVI inglés.
¿Y Calígula? Ésta es una obra que Albert Camus escribió en 1944, es decir, el momento más crudo de la II Guerra Mundial. Además, si bien ya se había levantado el sitio de los nazis sobre París, el recuerdo era todavía muy reciente. Esta guerra terminó de desbarrancar la ilusión de que las reglas de convivencia que la burguesía inventó en el siglo XV y desarrolló hasta el XX, con el iluminismo primero y el positivismo después, servían para algo. El hombre llama, pide auxilio, y el mundo no responde. Eso es absurdo. Y si el mundo no da respuesta, entonces hay que inventar un mundo nuevo, hay que crear una nueva moral y serle fiel. Si esta propuesta no convierte a la obra en un clásico, entonces no sé qué puede hacerlo. La prueba está en que la versión cinematográfica de Tinto Brass de 1979 (al igual que le había pasado a Pasolini en 1971 con Decamerón), permanece en la lista de cine porno, porque claro, ¿cómo vas a usar el sexo para algo que no sea vender autos, como la denuncia social, por ejemplo? A ver si todavía querés destruir a esta buena moral burguesa.
Camus desarrolla la ética absurda en El mito de Sísifo, en 1942, y con Calígula le da entidad teatral. Su filosofía es muy profunda, muy compleja y sumamente revolucionaria.
La versión que Daniel Godoy lleva escena, junto a la Compañía Teatral Quinto Piso (Claudio Glejzer, Julián Echezarreta, Cintia López, Julián Lastra, Leandro Cóccaro, Marcelo Gamarra, Manuel Rincón, Juan Nicolás Sanmarco, Félix Tornquist y Federico Paiva) tiene, en principio, el mérito de traer a la cartelera porteña semejante texto, largo y difícil, además. Pero lamentablemente se tropieza con una serie de inconvenientes. Algunos son de orden técnico, como los cambios de luces y música, que casi siempre son bruscos y a destiempo, como los actores que pasan del tú al vos sin solución de continuidad, la dicción que impide comprender lo que dicen, o el volumen de la música, que contribuye a la imposibilidad de escuchar el texto, etc. Pero además hay cosas de las que no podría hablar, porque realmente no las entiendo: no entiendo los cambios de vestuario (una de las personas que me acompañó a la función, sexo masculino, agradeció y justificó esos cambios en Cintia López, única mujer del elenco, que migra de un vestido escotado a otro más escotado todavía), no entiendo los bailes de los actores, sus correrías, sus movimientos escénicos en general, no entiendo la música remixada que recuerda la de los boliches (Amerik, con baile arriba del parlante y todo ... ¡qué épocas!). No entiendo una ovejita de peluche que aparece intermitentemente a lo largo de la obra, no entiendo las poéticas de actuación (y digo poéticas, porque no todos tienen el mismo registro). En fin, no entiendo qué quisieron hacer. Seguramente hay una coherencia en todo esto, lo que sucede es que escapa a mis posibilidades de comprensión actuales. Tal vez en unos años todo cuadre. ¡Qué se yo! La esperanza es lo último que se pierde.