Eres mi noche de amor tiene una historia, personajes bien delineados, intriga, elementos bastante olvidados en estos tiempos teatrales. Y cuando esto sucede uno está bien dispuesto a dejarse atrapar por un relato.
Cuatro hermanas que alguna vez gozaron de la bonanza social y económica, han sido confinadas por las circunstancias a vivir en un pueblo “de mala muerte”, según la mirada de las protagonistas, que es, casi, la única perspectiva que tenemos.
A medida que la historia avanza comprendemos que existen una serie de sucesos que buscan ocultar y que se van develando, como en una buena historia, de a poco.
El discurso de cada uno de estos personajes tiene una cuidadísima construcción. Diego Manso, logró encontrar el habla de cada uno de ellos de manera acertada y coherente.
Y las actrices se apropian de esa palabra, como si hubiera sido la única posible. De igual modo, asumen los gestos y las actitudes de estas mujeres tan particulares, como si de verdad fueran Amanda, Teresa, Muñeca e Isabel. Es decir, la actuación no imprime ninguna clase de distancia, y es un placer ver esos personajes en escena, no fragmentados, ni escindidos, sino al servicio de lo que van a contar.
Es evidente, que todos los responsables de esta puesta, desde el dramaturgo, hasta el director, Javier Rodríguez, pasando por todos los actores, Carina Conti, Graciela Martinelli, Berta Gagliano, Paula Travnik, Daniela Lozano, Julián Vilar, apostaron a un desafío mayúsculo en este ámbito teatral, porque pareciera que en este momento ya no existe nada para contar o no hay posibilidad de hacerlo linealmente. Si algo se entiende, si puede seguirse, comprenderse, si tiene, como esta obra, principio, medio y final, suele parecer “poco experimental” y por lo tanto, sin demasiado interés. Aquí, las elucubraciones teóricas no tienen ninguna clase de sentido, los intentos de explicar por otra vía lo que no explica la puesta de sí misma encima del escenario, no tienen lugar.
Una pequeña, pero muy pequeña, objeción tiene que ver con algún desajuste mínimo en algún lugar de la dramaturgia, pero que se supera con las escenas siguientes.
Es una puesta para ver, escuchar, conmoverse, divertirse y, al final, sorprenderse.
Una propuesta que permite volver a los placeres primitivos, como diría Roland Barthes en su Introducción al análisis estructural de los relatos: “Innumerables son los relatos existentes (...) Una tal universalidad del relato ¿debe hacernos concluir que es algo insignificante?” La respuesta, obviamente, es “no”.