Miércoles, 23 de Mayo de 2007
Entranse: el universo afroamericano
Para comentar este espectáculo, nos introduciremos muy someramente en un universo cultural bastante complejo, como es el de lo afroamericano, y particularmente en el medio local, que ha tenido un desarrollo importante desde los '80, momento en el que, a raíz del advenimiento de la democracia en Argentina, se produce una inmigración desde Brasil -luego Uruguay y Cuba- que trae nuevas expresiones culturales, otrora sólo conocidas en documentales, música envasada, algunas visitas. En los primeros años, la transmisión de los maestros extranjeros se centró en las danzas de orixás, que son recreaciones artísticas y estilizadas de las danzas sagradas religiosas pertenecientes a la religión tradicional africana, más precisamente la religión del pueblo yoruba, originario de las actuales Nigeria y Benim, en África Occidental.
El yoruba fue uno de los últimos pueblos que llegaron esclavizados a América, pero es el que mayor legado religioso ha dejado. Para el negro la religión es la vida misma y sus dioses habitan entre los hombres. Hasta el menor acto cotidiano tiene relación directa con los seres superiores y los ancestros, quienes son invocados, alabados y exaltados por medio de rituales, de la música y la danza. Los orixás, son las fuerzas vivas de la naturaleza: la energía del mar, del volcán, del viento, del sol. Si bien se los representa con características humanas, los mitos y leyendas no hacen sino contar en parábolas las relaciones que tienen entre sí las diferentes energías de la naturaleza y la interacción con los hombres.
Volviendo a los primeros años de transmisión, podemos afirmar que lo que nos llega, a los porteños fundamentalmente, es ya una hibridación, una reformulación de los genuinos rituales africanos. Es más: lo que llega es el rito folclorizado, que es lo que se divulga mayormente, más que el rito religioso y la mitología tradicional, que a pesar de su estudio, es reservado para los grupos identitarios (brasileños, cubanos, colombianos, etc.) Los porteños harán con toda esa información un nuevo híbrido, darán una identidad particular a lo afro. Y en ese proceso se hallan aún. Este camino se inicia en los 90’, momento en el que los alumnos locales avanzados comienzan a despegarse de sus maestros, encontrando diferentes maneras de organizar los contenidos, apartándose del patrón original de espectáculo afro, que tenía mucho que ver con el show folclórico brasileño (se trata tradicionalmente de la salida de cada orixá con sus ropas, atavíos de colores particulares e instrumentos característicos, para ejecutar la danza con su toque correspondiente)
Las resignificaciones de estos nuevos grupos locales, seguramente fueron motivadas por diferentes razones. Siendo aquella una cultura tan lejana a la nuestra, cuya herencia está marcada primordialmente por la vertiente centroeuropea, la porteñización de lo afro -no decimos occidentalización porque ya está pasada por el tamiz brasileño, que es un complejo cultural incluido en la llamada cultura occidental, quiérase o no-, justifica su práctica en un entorno en el cual estas artes no son suficientemente conocidas ni valoradas. Son consideradas, hasta por los mismos practicantes, lógicamente, patrimonio exclusivo de afrodescendientes. Por otro lado, los porteños se topan con la información que llega a los hogares, descontextualizada o incluida en una programación seudocientífica, a través de la televisión, de los medios masivos, etc, que les enseña sobre los rituales y performances de negros. Me refiero a que se ha visto muchas veces, quién más quién menos, bailar a negros en contextos diversos, alrededor de un rito o de un divertimento. Y no podemos menos que compararlo con lo ofrecido por los bailarines o músicos locales. Son imágenes que quedan impregnadas de juicios de valor, de experiencias perceptivas que pueden volverse estereotipadas. Ante esto, estrategias variadas para hacer crecer un medio como el afro local.
Entre ellas, la obra de Eskenazi, quien se desprende de varios mandatos de lo folklórico afrobrasileño, como así también de los colores obligatorios, los instrumentos, la misma música característica. La diferencia o una diferencia fundamental entre el ritual o la performance negra, es que en ella no hay nada que no tenga valor, o que sea neutral o arbitrario, en cambio en la pieza de Eskenazi lo primordial es su propio criterio para componer con el lenguaje, la técnica afrobrasileña (ella ha estudiado técnica Silvestre y Danzas de orixás con Rosángela Silvestre, en la Escola de Danca da Funceb, San Salvador de Bahía, Brasil, donde también se formó en Teoría sobre la mitología afro-yoruba, en la Fundación Pierre Verger). Usa las técnicas compositivas tradicionales de la danza contemporánea, como el canon, los solos destacados, unísonos de dúos o tríos en puestos indicados del espacio, la figura/fondo y los clásicos pasos de conjunto que desarrollan una partícula de movimiento o secuencia de movimientos. En cuanto a ellos, son excelentemente bien ejecutados por unos y menos por otros, pero lo que contagia es una desbordante energía.
Tal vez el problema se halla en que no cruza todavía un límite que es tremendamente reconocible hasta adormilar toda apreciación artística, entre el show que apela a lo sensual, a destacar los movimientos sexys y provocativos (propios, por otro lado, de los bailes rituales a los que refiere, pero tan asociados para nosotros con lo chabacano) y la pretensión de hacer un espectáculo teatral, en una sala netamente teatral, cuando la propuesta invitaría más a otro tipo de ámbito, en el que pudiéramos desenvolvernos de cierta tirantez y mover al menos los hombros al compás de tanta energía desplegada.
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