Macbeth

Macbeth es la obra de una máquina asesina. Según H. Bloom es la obra más desafortunada de Shakespeare. Se dice que es la más ordinaria y al mismo tiempo la más fantasmagórica.

Es una de las piezas extrañas porque requiere que el público, aún a su pesar, sienta identificación con el asesino.

Sangre es la palabra que contiene la clave de Macbeth. Asunción, caída, inevitabilidad del desmoronamiento del asesino y sus apariciones. Nada está a salvo a excepción de la muerte.

Esta puesta contiene un particular desafío artístico ya que incurre en el camino de una road movie y la lucha es continua y desbordante. No hay cambios escenográficos ya que todo va ocurriendo en el devenir de la pieza, en los diferentes ámbitos, sin márgenes ni divisiones. Con toques de teatro épico, la propuesta escénica se basa en la utilización de todo el espacio. Un trabajo de iluminación ajustado que, al mismo tiempo, es equilibrado y tradicional, dan lugar a una ambientación contundente en sugerencias, luces y sombras.

El mundo macbethiano se construye a partir de los actores e intenta volver al Teatro como entretenimiento primario. Un elenco pequeño cuenta toda la historia, y el recurso de actuación se inclina hacia el corrimiento de las convenciones teatrales.

Los escasos elementos de utilería son utilizados con el fin de compartir con el espectador el mundo del teatro y sus artificios.

El vestuario es universal, al mismo tiempo que situable y reconocible. Las texturas responden a pesos y densidades, y los tonos enmarcan el tinte de la historia.

No hay armas. No hay elementos de violencia. Las peleas se suceden no sin cierta estilización del punto límite que las atraviesa. La música es el diálogo de los actores con la muerte en escenaLa función teatral de Macbeth tiene como fin esperar al espectador e invitarlo a una fiesta de teatro, donde la vida se extiende hacia el placer del redescubrimiento de la teatralidad.

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