Mariana Chaud dirigió En la huerta, un espectáculo que constituye una nueva versión de El horticultor autosuficiente, originalmente concebido para el ciclo Proyecto Manual, en el Centro Cultural Ricardo Rojas (2011), basado en la Guía Práctica Ilustrada para el Horticultor Autosuficiente, de John Seymour. El espectáculo plantea una historia simple que toca resortes hondos y cuenta con la actuación de Moro Anghileri y William Prociuk, quienes construyen dos personajes completamente opuestos que, sin embargo y a pesar de sus diferencias, generan un vínculo profundo. Actualmente En la huertase da en el Espacio Callejón. A continuación, en esta entrevista, la directora y responsable de la dramaturgia comparte algunos de los ejes del trabajo.
- ¿Creés que es correcto afirmar que En la huerta plantea una historia simple que toca resortes profundos de las relaciones humanas, en este caso de una relación de amor entre dos personas?
-Creo que sí. Se trata de una historia simple, chiquita. Las resonancias de esta historia son siempre distintas. La idea fue trabajar una gama de opuestos: campo/ciudad, naturaleza/libros, intuición/racionalidad, impulso/control, trabajo manual/trabajo intelectual, diferencia de clases, incluso el opuesto rubio/morocha. En ese sentido, la obra escrita era puro texto (como todas, en realidad) pero muy discursiva. Casi te diría que no había acciones y las que había no me convencían, las había puesto para llenar un espacio como diciendo ¨acá pasa algo¨. Más tarde el trabajo con los actores Moro Anghileri y William Prociuk fue sobre lo emocional y sobre los cuerpos en el espacio, pero partiendo de esa partitura bastante exigente para dos personajes.
-¿Qué te atrae de contar de ese modo? Quiero decir, no hablar de temas aparentemente importantes, pero sutilmente cuestionar valoraciones sociales instituidas acerca del amor, el encuentro, de la posibilidad de amar al diferente, acerca de los prejuicios, y generar en escena un conflicto que atrapa y que toca, sin explicitarlas, todas estas cuestiones y muchas otras?
-Ese modo que describís me encanta para utilizar en algunas situaciones. Por un lado, porque uno a veces no tiene una sola opinión sobre un tema, sino muchas y es divertido ponerlas a dialogar. Por otro lado, porque creo que ese tipo de diálogos, si son demasiado perfectos (o sea si los personajes hablan demasiado bien o tienen muy claro lo que les pasa), se vuelven medio asfixiantes. Entonces prefiero tratar de emular cierta espontaneidad de las charlas que me gustan cuando las escucho. Por ejemplo, escuchás hablar a alguien sobre cómo lava los platos y eso se vuelve una reflexión interesante sobre la meditación, el medioambiente, lo que fuera. Me gusta ese tipo de texto que, con liviandad, parece referirse a cualquier otra cosa, pero responde al crecimiento dramático de los personajes.
- ¿Qué privilegiaste en la puesta y qué búsqueda artística te motivó, en este caso?
-Cuando estaban ya muy avanzados los ensayos, nos juntamos con Matías Sendón (iluminador), Alicia Leloutre (escenógrafa) y Ezequiel Díaz (director asistente) a pensar en el espacio. Nos urgía encontrar algo rápido, fácil de hacer, barato?, (como en muchas ocasiones, ésta es la cruda verdad). Yo estaba muy preocupada porque la Biblioteca del Rojas, en donde estábamos ensayando (la obra se estrenó en el CCRojas como parte del Proyecto Manual) me generaba la sensación de que era difícil concentrarse, ver. Además, la cantidad de color marrón era demasiada. Era como que el marrón se comía la obra.
Alicia dijo que si hacíamos una puesta realista necesitaríamos miles de cosas para dar la idea de desván o galpón. Empezamos a hablar de la necesidad de incorporar algún elemento más de fantasía, algo que nos transportara, que aportara otro plano más.
Entonces apareció una imagen que nos fascinó a todos. Matías nos mostró en una foto en Internet, unas hileras de plantas, como una plantación indoors (creo que se trataba de alguna sustancia ilegal). Era algo súper simple y teatral. Después fue realizada por ellos de manera exquisita y posteriormente la adaptamos al Espacio Callejón con algunas variantes y quedó todavía mucho más linda.
- ¿El argumento surgió de tu cabeza o se fue construyendo en los ensayos?
-El argumento ya estaba planteado. Yo tenía ganas de trabajar la relación de una mujer y un jardinero. Ésa que muchas veces había visto en el cine o leído en los libros y que me generaba una gran fantasía.
-¿Con qué criterio dirigiste la actuación? ¿Qué buscaste en los actores?
-Con la actuación nos enfocamos en dos puntos, especialmente. Por un lado, en lo individual de cada uno hay un grado mínimo de composición (la tonada de él, la neurosis de ella) que primero teníamos que ver cómo era y después naturalizar para que no se notara. Por otro lado, la actuación estuvo enfocada, sobre todo, en el vínculo entre ellos dos, en las cosas que iban pasando, en la verdad de ese vínculo, en la confianza, en cómo iban cambiando, en dejarse afectar por el otro, en ponerlo en riesgo, en definitiva, en conectarse con el otro desde esa ficción. Siendo sólo dos actores, si no está pasando nada entre ellos, la obra se cae en un minuto. Esa conciencia impulsó el trabajo.
-¿Por qué todo esto sucede en la huerta? ¿Eso tiene para vos resonancias particulares?
-El tema de la huerta me interesa porque me interesa el tema de la comida. Pero no soy una fanática ni una especialista. Sólo me interesa. Es un tema sobre el que me hago muchas preguntas. Me encanta el tema de las plantas, la tierra, los ciclos de la naturaleza, etc.
- ¿Dónde sentís que está tu mirada?
-Me gusta pensar que es más una escucha que una mirada. En general me sé todos los textos de mis obras y mis correcciones están más puestas en los tonos, en las maneras de decir, en los silencios que en las acciones físicas. Por supuesto que también trabajo sobre los cuerpos y sobre lo que se ve, pero no me preocupa tanto. Intento mirar como si estuviera escuchando. El campo de la escucha es mucho más ambiguo, más amplio que el campo de la mirada, que es más unívoco.